Miguel
y Claudio entran acogidos por el murmullo continuado de las conversaciones que
se centran en la reciente partida de los milicianos al frente.
Una
vaga neblina, del humo de los cigarrillos, flota entre la nítida luz del sol
que penetra desde los dos amplios ventanales que dan a la plaza, dándole un
toque misterioso al local. La barra del Cheko,
con sus estantes repletos de todo tipo de bebidas, está debajo de la escalera
de subida a la primera planta donde se reúnen peñas de amigos o se celebra
algún que otro banquete. La
otra escalera, que traspasa el suelo del bar, se dirige hacia el almacén donde
se organizan partidas clandestinas de póker entre cajas de licores y cervezas. Una
docena de mesas están repartidas por doquier, menos cuatro de ellas que se
encuentran entre el hueco de las dos columnas junto a los ventanales. Las
vistas desde aquel punto son magníficas. Se puede contemplar el vasto solar en
el que se ha convertido la plaza tras los derribos de las iglesia y del convento; Santa
María y San Agustín. Con sendas demoliciones, el punto neurálgico de la ciudad, se ha deteriorado bastante. Sin la imponente fachada de San Agustín y el prominente campanario, la plaza parece desprotegida a la vista de los nacionales. Los
dos muchachos piden dos cervezas Victoria y se acomodan en las sillas de una de las mesas junto a las ventanas. En ese mismo lugar, empezarán a trazar el plan que les cambiará
sus vidas.
Descripción
extraída del libro de Ricardo Canalejas “Recuerdos
en la Bandeja”, del bar Trianón que se encontraba en la esquina entre Fermín
Galán (San Nicolás) y la Plaza de la República (Plaza de España).
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