La ciudad se ha convertido en una mega factoría republicana. Con la
fabricación en masa de ropa y enseres para la guerra, cientos de hombres y
mujeres llegan desde diferentes puntos del país para sumarse a las milicias y
partir, cuanto antes, hacia los frentes.
Las calles son un hervidero de gente que se entremezcla con los grupos
de milicianos que marchan en formación. La costumbre de verlos cada día se ha
normalizado y nadie se sorprende al verlos con el fusil en mano recorriendo la
ciudad entera y realizando las prácticas militares en los tres o cuatro lugares
habilitados para tal fin. Los partidos políticos y los sindicatos han ocupado una serie de
edificios para reclutar a los soldados que marcharán en diferentes columnas.
También se han destinado varios locales para albergar a los soldados hasta su
marcha: el Círculo de Obreros, la Escuela Industrial –hasta mediados de abril
de 1937, que se transformará en el Hospital de Sangre Sueco-Noruego– y el
cuartel de Alzamora entre otros. Éste último alberga parte de la columna “Ruesca-Taíno”, en honor a Juan
Ruescas Angel muerto defensando el pueblo de Espejo el 21 de septiembre de 1936
y Federico Borrell García, fallecido en el Cerro Muriano. El cuartel es un ir y
venir de milicianos. La guerra sigue con paso firme por todo el país y la República necesita
urgentemente efectivos en los frentes. Allí está reclutado el tío de Miguel;
Antonio Ureña. El miliciano del que os he hablado
anteriormente. El batallón marchará para formar parte de la columna más
sanguinaria de Teruel: La Columna de Hierro. Partirán desde Alcoy hasta La Puebla de Valverde para quedarse en Puerto
Escandón. Las noticias de su tío no llegan y, Miguel, empieza a desesperarse.
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