Entre
el ruido de las enormes máquinas de hilatura, Valentina, evita pensar en qué
estado se encontrará su hermano en Teruel.
Después
de la angustiosa muerte de su marido, ya no espera nada de la vida. Una
vida que la llevó de una frágil felicidad hasta desvanecerse en un precipicio
sin fin. Su
única preocupación que la mantenía viva era su hijo Miguel. En los últimos años
se dejó llevar por el azote de la depresión, despreocupándose de su aspecto y
de su salud. Aquella
muchacha de sonrisa perenne, se había convertido en una mujer prematuramente
vieja. Cansada.
Aunque daba por perdida la vida de su hermano y evitase pensar en él, las
imágenes de la despedida no paraban de rondarle por la cabeza. Ni en el
corazón. Anhelaba poder volver diez años atrás para recuperar todo lo que
perdió. Y lo que desconocía que le quedaba por perder. Le
daba lo mismo que sonase la sirena de la fábrica avisando de un nuevo
bombardeo. Le daba igual que le cayese un proyectil encima. Solo pedía que,
antes que a su hijo, se la llevaran a ella por delante. Entre
las pequeñas nubes de polvo que se forman por los deshechos de los hilos,
observa como una figura se acerca hacia ella. Se
trata de su hijo Miguel. Su rostro muestra una cierta tristeza. La noticia que
su hijo le va a trasmitir, lleva tiempo esperándola.
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