A la sombra de los Savoia



Alcoy atesora una cantidad elevada de refugios colectivos, pero su construcción resultó ser de lo más dificultoso para el Consejo Municipal.

En el mes de noviembre, después del ataque aéreo que sufrió Alicante, la Junta de Defensa Pasiva empezó a movilizarse para construir refugios colectivos tomando varias medidas recaudatorias. Se obligó a pagar el 10% de los alquileres, medida que no sentó muy bien a muchos de los propietarios. En su mayoría estaban huidos o carecían de recursos para abonar los importes. Desde el Ayuntamiento se autorizó al presidente de la Junta Local de Defensa, para retirar los carnets de abastecimiento a los ciudadanos que no cumplían con su deber. El gran esfuerzo de este organismo se vio recompensado con varias donaciones, algunas de ellas en calidad de préstamo, para la construcción de los ansiados refugios:

-Monte de Piedad y Caja de Ahorros local: 5.000 pesetas.

-Taller Colectivo de Sastres: 500 pesetas.

-Unificación de Vinos y Aceites: 1.000 pesetas.

-Sindicato de la industria Textil y Fabril: 25.000 pesetas.

-Gráficas Socializadas: 2.000 pesetas.

-Industrias Socializadas de Bares, Cafés y Hoteles: 5.000 pesetas.

Industria Carrocera Alcoyana Socializada: 1.000 pesetas.


Al fin se empezaron a construir los refugios, pero los fondos iban escaseando debido a todo el material que se consumía: hormigón, arena, grava y hierro eran los elementos que más se utilizaban y se encarecían conforme iba avanzando la guerra. A todo eso, había que sumar los jornales de los albañiles, que no eran pocos, y los gastos de transporte de los materiales que llegaban, en su mayoría, desde Alicante. A punto se estuvo de paralizar todas las obras por falta de recursos económicos. Hay que resaltar, nuevamente, el sobresfuerzo económico que realizó la población para que se llevaran a cabo las obras. A este tipo de refugios, se le unían dos más: los fabriles y los sótanos privados. Los primeros se encontraban en las fábricas como su propio nombre indica. La Junta de Defensa aplicó un Decreto del Ministerio de Defensa Nacional obligando a todas las fábricas a disponer de un refugio para proteger a sus trabajadores. Los costes y su construcción, claro está, corrían a cargo de las mismas empresas. Y por último, existían los sótanos particulares. Al principio de la guerra se habilitaron varios sótanos que estaban repartidos por las principales calles de la ciudad, para poder proteger a los ciudadanos. La mayoría de los vecinos, con la excusa de tener a personas mayores o impedidas que no podían correr hacía los refugios habilitados, prepararon los sótanos de sus casas para resguardarse de las bombas. Solamente hacía falta una licencia municipal y pasar la debida inspección. A mediados de año, la Junta decidió prohibir los sótanos que no reunieran las características, pero muchos de los habitantes, al oír la alarma, corrían hacía los bajos de sus casas desconociendo el grave peligro que corrían sus vidas. Por último, un dato que llama mucho la atención: el número tan elevado de muertes por empujones o asfixia, que supera con creces al de los propios bombardeos. Uno de los momentos más desagradables que vivirá Miguel Bustillo será a la salida del refugio, mientras los Savoia sobrevuelan la ciudad escupiendo bombas por doquier. 




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