Tomás el violinista

       Retrato del artista Carlos Merchán, extraído de una fotografía de Toni Miranda.

Al llegar al final de la avenida de Blasco Ibáñez, nota una suave brisa que traspasa alegremente los  huecos cuadrados de la alta baranda de hormigón del puente.
La agradece con una leve sonrisa y sigue hasta la mitad de este, cargado con su inseparable maletín. El sol cae con fuerza, pero se niega a quitarse su abrigo de paño. Alcanza su habitual puesto y coloca el maletín sobre el suelo, desabrochando los dos pestillos oxidados. Como su vida. Al abrirlo, saca con sumo cuidado a su gran amigo. Su tesoro. Toma la varilla y se coloca el violín en el hombro, dejando caer sobre él suavemente la barbilla. Empieza a reproducir una de las sinfonías de Vivaldi, dejando flotar sus suaves notas que se disuelvan en el aire. La música suena limpia, sin ninguna nota disonante y la gente que pasa por delante del violinista, le sonríe agradeciendo su melodía. Le perturba que no le echen monedas para poder comprar tabaco o algo de bebida. Observa por encima de sus espesas y amarillas cejas a los transeúntes, sin que nadie pueda imaginar que el viejo vagabundo es conocedor de los secretos mejor guardados y más oscuros de la ciudad. Vislumbra al muchacho de la tienda, que pasea tranquilamente con una encantadora joven. Al pasar por delante de él, lo llama para que se acerque. El joven se sorprende y cede a la plegaria del indigente. Al acercarse le desvelará, con un leve susurro, una de sus confidencias mejor guardadas. 



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