Llega la hora del relevo. Dejamos atrás las trincheras y nos
dirigimos hacia nuestros parapetos. Antonio, sin dirigir palabra, empieza a
amontonar algunos leños para hacer una pequeña hoguera. Lo noto distante.
Absorto en sus pensamientos. Últimamente estaba más hablador y contento, como
si hubiese perdido el miedo de los primeros días en el frente. Consigue avivar las
llamas y se queda observando el fuego. Me siento delante de él y le pregunto si
le ocurre algo o, por el contrario, ha recibido alguna mala noticia desde su casa.
No. Ante la negativa intento animarlo y le pregunto qué le llevó a alistarse en
el batallón. Y murmura que fue por culpa de una partida de cartas.
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