Llevo observándolo durante mucho tiempo. Estudio cada uno de sus
movimientos, cada palabra que pronuncia, como mira a su alrededor...
Lo acompaño a todas partes, converso con él y compartimos el poco
tabaco que nos queda. Intento sonsacarle el por qué no escribe a su familia. Pero
no hay manera de que suelte prenda. Después de tantos años no llego a comprender
su actitud y me preocupa hasta frustrarme. Son muchos meses los que llevo dándole vueltas al mismo tema.
Y por fin, un día sin esperármelo, se le ocurre hablarme. Y
me cuenta qué piensa y como se encuentra. Intento apuntarme en una arrugada libreta todo lo que me va confesando. Me dice que no se lo diga a nadie. No me da tiempo a responderle: nos llaman para el relevo en las trincheras.
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