Alfonso Villegas


Descorre las dos puertas hacia ambos lados y penetra en su despacho que posee en su propia casa. Sentándose en el sillón, se allana la corbata azul oscuro con sumo cuidado.
Rebusca en el primer cajón la caja de puros habanos, rozando con los dedos la pistola Astra-Unceta 400 que atesora desde que se instauró la República. No se fía de nadie. Ni si quiera de la camisa blanca, con los puños perfectamente planchados y rematados con gemelos dorados, que lleva puesta. Saca la caja de madera dejándola encima de la mesa y la abre exhalando el suave aroma de los cigarros. Busca el reloj de mano y lo mira. Las nueve en punto de la mañana. Se nota la cabeza enturbiada debido a las pocas horas de sueño. La partida de la noche anterior, se alargó hasta la madrugada. Se enciende el puro y saborea el humo, rememorando aquellos años en los que apostar dinero en las cartas, estaba totalmente prohibido. Le invaden la mente imágenes de aquellas veladas en las que eran sorprendidos por la policía en plena partida. Solamente unos pocos, conocen el pasado oscuro que esconde el poderoso empresario. 
Llaman a la puerta. Don Alfonso, espera una visita de negocios de la que desconoce por completo su verdadero cometido.


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