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Abacerías,
ferreterías, bazares, farmacias, bares, mercerías… Todas ellas se agolpaban en
las principales calles del centro. Pegadas las unas con las otras, formaban las arterias de aquel inmenso corazón mercantil.
La
oferta de artículos era abundante y se podían encontrar en cualquiera de estos
establecimientos; desde la seda más cara importada de París, hasta latas de
petróleo. Todo aquel comercio le proporcionaba oxígeno a la ciudad, con sus vías
colmadas de gente y tiendas atestadas de mercancías. Las incorporaciones de reclutas y la falta de
productos, obligaron a que muchos de los negocios tuvieran que echar el cierre.
Nuestros dos protagonistas dudarán si cerrar la tienda de antigüedades debido a
la escasez de ventas y de clientes. Alguno
de los comerciantes aprovechaba la situación para realizar estraperlo y poder sacarse algún que otro extra, siendo descubierto
por la Guardia Popular. El mercado
de la plaza se sumaba al movimiento comercial jugando un importante papel en la
vida cotidiana de la ciudad. Se recogieron firmas para la nueva construcción de
un mercado municipal y al derribar el templo de San Agustín, el Consejo
Municipal decidió habilitar en el mismo solar unas casetas de madera para
descongestionar la plaza y mejorar las condiciones de los comerciantes. En 1938, el diario La Humanidad comunicaba que ”los
mercados abrirían también por las tardes, debido al deplorable y alarmante
espectáculo que ofrecían las colas, especialmente los días de repartos de
abastecimientos. Las mujeres permanecen en las colas, algunas de ellas, desde
las cuatro de la madrugada y sin desayunar, habiéndose registrado casos de
desvanecimientos”. En el mes de
septiembre, las colas empezaban a formarse a las doce de la noche,
prohibiéndolo el mismo Consejo Municipal. También existía la competencia desleal, debido a los
horarios comerciales solucionándose mucho antes, en el 1932: el Gobierno de la II República
decidió terminar con el problema fijando los horarios de invierno y de verano. Los más
perjudicados resultaron ser los trabajadores, que por sus horarios y por la
forma de cobrar sus salarios, no podían comprar nada (Del Globo al Avión; R. Canalejas – J.M. Santonja 2016). Al igual
que pasó con aquellos escenarios olvidados, muchos comercios empezaron a cerrar pasada la guerra, debido a la construcción del nuevo barrio del Ensanche. La
zona comercial se trasladó a esta parte
de la ciudad, dejando olvidado en lo que en su día se convirtió en un barrio
digno de una capital.
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